Inmerso
en la lectura de Doma, de Jorge Ortiz Robla (Lastura, 2018),
descubro que entre los hilos con que sus versos se entrelazan, palpita un
aliento vital que trasciende el hecho poético. Un aliento íntimo, y a la par,
universal: el amor y la ternura de un padre que le escribe a su hija, con la
firme convicción de que sus palabras sean alimento mañana.
Todo sería más simple / si el
amor se anudase despacio / y pudiésemos seguir sus movimientos / al crear los
lazos.
El
poeta, en un ejercicio de responsabilidad paterna, siente la necesidad de
contarle a su hija como relacionarse con el mundo que está ahí, fuera del
círculo protector de la infancia y de la casa, esperándole.
Y hay un mundo maravilloso que
te espera / tras el umbral de la casa.
Desde
ese primer lugar reconocido, donde se dan los primeros pasos, se dicen las
primeras palabras, resuenan las primeras risas, o surgen los primeros miedos,
todo está por descubrir. Es un proceso de aprendizaje, donde todo recurso será
necesario, donde toda estrategia tendrá su sentido. Y hay que empezar por el
principio: Convertir el gesto en un acto
/ para proteger los sueños / con las manos de la noche, / descifrar la luz
limpia que tu mirada arroja.
Y
es un ejercicio necesario, porque escribir es una manera de amar tu nombre, / aprender, aún tras la duda, / a
descifrar esa señal, / para educarte.
Y
es necesario, porque educar es, quizás, una de las tareas más complejas a las
que nos enfrentamos como adultos. Y no es casual, en este caso, el título del
poemario. Domar, es sujetar, amansar y hacer dócil al animal a fuerza de
ejercicio y enseñanza.
En
este sentido, coincido con Chantal Maillard, quien afirma en La razón estética,
que “Nuestro sistema educativo se basa en la racionalidad lógica porque esto
facilita las cosas: permite clasificar, seleccionar, separar. Permite el
ejercicio del poder.”
Nada
más lejos de la intención del autor, más bien al contrario. Una cosa es mostrar
cómo funciona el mundo. Y otra muy distinta, es la doma en esa primera acepción
citada. Porque no es la única, también significa dar flexibilidad y holgura a
algo. Y sobre esto, si que versan sus poemas: quien cree en los límites / corre el peligro de desbordarse. Con
estos dos versos termina la Carta primera, poema que inaugura este libro, y nos
orienta sobre el tono que nos espera en las siguientes páginas.
Así
lo expresa Sara Castelar en su certero prólogo: Doma es lo contrario a su nombre, la antítesis de los límites que
mueren inevitablemente frente al deseo de libertad…
En
otro sentido, el padre en un ejercicio de responsabilidad poética, consigue
reinstalar a la imaginación creativa en el lugar que habitualmente ocupa el logos que nos gobierna, y no siempre con
el valor positivo que le suponemos a priori, y es desde ella que se arma la
conciencia en la forma crítica de poema.
Por
tanto, insisto. Doma, de Jorge Ortiz Robla, es un ejercicio necesario. Un
ejercicio de amor hacia la vida y, también, hacia la palabra. Y es un ejercicio
crítico contra esa rigidez que nos pretende dóciles y obedientes, que, como
fusta, solo sabe castigar, pero no amar.
Doma,
42 poemas distribuidos en cuatro partes, cuya lectura no solo es una práctica
recomendable, sino necesaria, pues el alto grado de lucidez y de amor que Jorge
Ortiz Robla muestra por todos los seres vivientes en las páginas de Doma, como ruido de peces¸ te abrazará y te
hará decir no claves en tu pecho la
barbilla, y volverás a sentirte como la niña que todo lo ve por primera
vez.
Ramón Campos
Barreda
SUPERHÉROE
Boca
arriba espero un segundo más
y éste cubre mi cuerpo como rocío.
y éste cubre mi cuerpo como rocío.
Un
rayo de sol incide sobre mi rostro
creando un antifaz lumínico.
creando un antifaz lumínico.
Tú
te acercas sonriente y dices:
pareces
un superhéroe, papá.
Y
una fuerza invade mi cuerpo.
Es el rumor del orgullo
esa energía imparable que me siente volar.
Es el rumor del orgullo
esa energía imparable que me siente volar.
Ramón Campos Barreda (Riba-roja d’Ebre, 1959), que estudió filosofía y otras maneras de percibir el mundo y
devolver(se) lo otro en el acontecer vital, llegó a la poesía como quien llega a su destino ineludible. El encuentro era cuestión de tiempo. Un tiempo que ya es aquí. Lo demás, son los pequeños fragmentos que fraguan los trazos que constituyen su ahora: talleres con Zulema Moret, Guillermo Cano Rojas y David Trashumante; recitales en y con Versonalidad, la Oralidad, poeSÍa al mercat; colaboraciones e intervenciones en Vociferio; promotor y coordinador de Intromissió poètica al Mercat; coordinador de l’Encontre d’escriptors a la Mostra Viva del Mediterrani, miembro del comité asesor de la revista Crátera. Ha publicado el poemario Aún Tu Nombre (El Petit Editor, 2017) y poemas en la antología O.R.A., otras realidades apremian. La poesía es lo más humano del ser humanos. Es ser en el mundo siendo en los otrxs y con lxs otrxs, en contacto de retícula o rizoma que se extiende y se abraza a la vida, a sus contextos, sus adentros y sus afueras. La poesía es pulsión que emerge y no sucumbe. Y en ella, la muerte tan solo es un instante que cesa, una fragilidad que se rehace silencio, y, de nuevo, vive. Es aquella sustancia que alimenta el vuelo del ser aquí y ahora. Ya lo dijo Chantall Maillard, “el poema es lo que bebe el pájaro”.
devolver(se) lo otro en el acontecer vital, llegó a la poesía como quien llega a su destino ineludible. El encuentro era cuestión de tiempo. Un tiempo que ya es aquí. Lo demás, son los pequeños fragmentos que fraguan los trazos que constituyen su ahora: talleres con Zulema Moret, Guillermo Cano Rojas y David Trashumante; recitales en y con Versonalidad, la Oralidad, poeSÍa al mercat; colaboraciones e intervenciones en Vociferio; promotor y coordinador de Intromissió poètica al Mercat; coordinador de l’Encontre d’escriptors a la Mostra Viva del Mediterrani, miembro del comité asesor de la revista Crátera. Ha publicado el poemario Aún Tu Nombre (El Petit Editor, 2017) y poemas en la antología O.R.A., otras realidades apremian. La poesía es lo más humano del ser humanos. Es ser en el mundo siendo en los otrxs y con lxs otrxs, en contacto de retícula o rizoma que se extiende y se abraza a la vida, a sus contextos, sus adentros y sus afueras. La poesía es pulsión que emerge y no sucumbe. Y en ella, la muerte tan solo es un instante que cesa, una fragilidad que se rehace silencio, y, de nuevo, vive. Es aquella sustancia que alimenta el vuelo del ser aquí y ahora. Ya lo dijo Chantall Maillard, “el poema es lo que bebe el pájaro”.
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